El debut homónimo de Beach House se editaba el año pasado en EE.UU por sorpresa y enseguida se convertía en inesperado favorito de blogs (Stereogum) y e-zines (Pitchfork Media) con voz y voto. Publicado con los últimos coletazos del verano, el álbum parecía anticipar la nostalgia de los días soleados ejemplificados en esa idealizada casa en la playa de la que toman el nombre disco y banda. Sobrado de lánguidas melodías e introspectivas canciones, el álbum cautivó sin remedio a los fans de bandas de psicodelia sedosa y pop volátil como The Rain Parade, Opal, Mazzy Star o Galaxie 500 (y de referencias también afines a esta banda norteamericana como las de Slowdive, la 'lynchiana' voz de Julee Cruise o la 'velvetiana' garganta de Nico). Un año más tarde, coincidiendo de nuevo con los últimos días del verano, llega por fin a Europa el conmovedor debut de Beach House; nueve cortes de dream-pop que sumen al oyente en un nublado y elegante paraíso narcótico pintado en tonos ámbar.
Así respira este delicado debut de belleza brumosa, sonidos estilizados y melodías precisas. Cuentan en su escueta biografía que Alex Scally (guitarra) y Victoria Legrand (voz, teclado) formaron la banda una calurosa noche de agosto, aunque antes de conocerse los dos hacían ya música, de hecho tocaban desde su infancia, la de Victoria en Francia y la de Alex en Baltimore. También confiesan su amor por los efluvios de la Motown y el pop barroco de los sesenta, por Brian Wilson, The Zombies, Neil Young o Big Star. Influencias que levitan sobre las nueve canciones de este evocador debut: la ensoñadora 'Tokyo Witch', la embriagadora 'Apple Orchard' con su coro apunto de quebrar, la vigorizante 'Master Of None' que rompe el tono ritual del álbum con la conmovedora voz de Legrand en primer plano, el ritmo sincopado de 'Childhood' o la final 'Heart and Lungs' donde se funden preciosas armonías. Canciones que son como pasajes de niebla y arena evocados al ritmo de un rock de cámara profundo y somnoliento. A golpe de parcas baterías grabadas y ﾠlanzadas desde su cuatro pistas, de órganos fantasmales y guitarras ululantes, Victoria y Alex dan forma en apenas 36 minutos a un universo lánguido y hermoso, de helada y adictiva melancolía.
